La OJANCANA también llamada "la novia del ojáncano" por las pérfidas maldades que tiene con él en común, es una gran criatura humanoide y de terribles rasgos físicos: carichata y macrocéfala, adornada con greñas de cabello oscuro, sucio y alborotado. Con enormes y retorcidos dientes que surgen de su sobresaliente labio inferior imitando a los de un jabalí y con una piel escamosa y agrietada.
Pero la más caracteristica deformidad es el gran tamaño de sus pechos que caen alargados como bolsas y que puede cargarlos a la espalda, acto que suele realizar cuando caza, está enfadada o huye.
Le gusta cazar los niños que se pierden por el bosque, con los que se alimenta. Primero les roba toda la sangre, para ella el más exquisito licor, y más tarde los devora a grandes dentalladas. Cuando no dispone de sus infantiles víctimas, se tiene que conformar con comer animales, que acumula en sus antros lobregos y profundos, generalmente cuevas oscuras.
En los umbrales de estos lugares es donde algunos lugareños dejan carne o pan de mijo junto a cuencos de leche o sangre de animales confiando evitar sus continuas salidas de caza de hombres, niños y rebaños.
Los OJANCANO son quizás las criaturas más malvadas que habitan en Cantabria. Se oponen completamente a las anjanas. Si estas son afecto, dulzura, humildad y amabilidad, el ojáncano es odio, ira y destrucción. El ojáncano se alegra de los males de los hombres y disfruta con la destrucción de sus cosas.
Su aspecto es tan terrible como su conducta. Su rostro es redondo de color amarillento y con unas largas barbas de color rojizo. Los cabellos son también de color rojo pero menos intenso. Tiene un solo ojo en mitad de la frente en el que se dice se vislumbra su odio y maldad. Este ojo brilla por la noche como si estuviera al rojo.
Se cuenta también que tiene un tiene un pelo blanco entre sus espesas barbas; este es el punto debil del ojáncano ya que si se le arranca este pelo, muere inmediatamente.
La voz del ojáncano es a su vez tan terrible como si de un trueno se tratara y suena como un vendaval de invierno soplando en las montañas.
Los ojáncanos son tan fuertes que no hay peso imposible de levantar para ellos. Muchos de los árboles caídos a orillas de los ríos cuando hay vendaval los ha tirado algún ojáncano y es que cuando hay viento, se les enredan las barbas y estos enfurecidos descargan su ira con los árboles y con todo lo que pillan a mano.
Los ojáncanos se alimentan de bellotas, de las hojas de los acebos, de las ovejas y de las vacas que pastan por donde ellos viven. En alguna ocasión bajan a los valles y roban las panojas de maíz.
Estas criaturas habitan en grutas profundas cuya entrada está siempre disimulada por maleza, arbustos y grandes rocas. Cuando los ojáncanos están aburridos se dedican a arrancar rocas de los montes y a colocarlas en las fuentes, en los atajos o en las puertas de los refugios. Otras veces, estropea los puentes, roba ovejas y destruye el sembrado de los campesinos.
Se dice que el ojáncano se puede transformar en un mendigo anciano, cuando hace esto entra en los pueblos y por las noches mata a las ovejas, a las gallinas y a las vacas, destruye los frutos y huye al amanecer antes de que nadie despierte